Por Enrique Cifres
Nuestra necia y vanidosa visión occidental del mundo, destructora de nuestro entorno, sigue empecinada en modificar la naturaleza para convertirla en la que creemos que nos conviene, en lugar de aprender de ella y aceptar sus regalos. Necesitamos reaprender muchas cosas, la mayor parte de las cuales ya sabíamos como humanidad y las hemos olvidado, despreciando otras culturas, otros tiempos, creyéndonos estúpidamente superiores.
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Los tuareg dicen que Dios creó algunas tierras con agua para que los
hombres pudieran saciarse, y que también creó tierras sin agua para que
los hombres pudieran experimentar la sed. En la sabiduría tuareg se dice
de igual modo que Dios creó el desierto para que los hombres pudieran
encontrarse consigo mismos". (Pablo d'Ors - El amigo del desierto -Ed.
Anagrama).
La vida del desierto, para nosotros inviable, obliga a adaptarse al medio, pero no como un enemigo. Cuando llega la noche, sin luz, acaba el día y la familia se recoge en la jaima. El padre, sin poder alargar su jornada de trabajo para una mejora materialista de su "nivel de vida", ha de estar con sus hijos, y les habla, les trasmite sus valores, su tradición, sus recuerdos, las enseñanzas de su propio padre y de sus abuelos, escucha a sus hijos, conoce sus preocupaciones y sentimientos, .. No hay una consola que los separe, no hay un único pensamiento que invada y capture las mentes de su prole.
Cada jaima es una escuela, y la diversidad de las personas se convierte en la diversidad cultural, la diversidad de pensamiento que es un riqueza tan importante como la biodiversidad, que tanto nos ha costado calificar como imprescindible para la vida. La diversidad cultural, de ideas, de fuentes, de formas de interpretar la espiritualidad, el sentido de la vida, los valores éticos, etc.. es un bien imprencindible para la raza humana. Pero occidente, una vez más, navega en sentido contrario y en lugar de hablar con tu hijo, le compras una televisión para su cuarto, y dejas que ese concurso que se reproduce idéntico en todos los países del mundo, lo modele como ese ser repetitivo.
Ya es hora de darse cuenta de que exportar el modelo único tiene un precio terrible, la desaparición de la diversidad cultural. Solo unas pocas canciones, solo unos pocos menús, solo unos pocos autores de best sellers, reducirán a la nada nuestra cultura mientras despreciamos las demás.
Como dijo un tuareg que volvía a su desierto tras hacer un doctorado en París: "vuelvo a mi tierra, aquí ustedes tienen relojes pero nosotros tenemos tiempo".